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clarin

Por Maria Ana Rago

En el teatro El ojo, durante 70 minutos, esta obra presentada por la Compañía Faro capta la atención de los espectadores y entrelaza la realidad y la ficción con mucha delicadeza.

Verónika Ayanz Peluffo, Gonzalo Martínez Castro, Germán Tirini, Gabriel Dopchiz, Fernando Gonzalez Alexia Martinovich son los protagonistas que encarnan a sus criaturas y les aportan los matices necesarios para volverlas creíbles. La dinámica del espectáculo, en el que la música y la iluminación también son parte de la puesta, es ágil. Y aunque las referencias no son directas, la lectura de la pieza sugiere o más bien permite encontrar analogías con la historia argentina.

Destino Praga, estación París abre todos esos interrogantes y algunos otros más. A pesar del tono pesado que exige la temática y de que se plantea como un thriller político -en el que se cuela también el amor-, el director le dio una impronta de comedia que aligera la carga de la nostalgia, el dolor, la represión y la traición.

"Destino Praga, estación Paris" y la mirada de Javier Jalife.

La historia se cuenta en 2019, y se centra en la evocación y el recuerdo de un grupo de amigos universitarios que participaron hace 30 años en la Revolución de Terciopelo.  Esto expone a los personajes que insisten en su algoritmo, o como se diría en forma contemporánea, en su estructura, en su neurosis, en sus expectativas, en sus deseos y frustraciones y en sus declinaciones. Eso shockea también porque pasaron 3 décadas, pero es como si fuera ayer. Los pendientes están pendientes, y los patrones siguen vigentes. 

Hay constantes en la obra del autor, en donde el amor, los ideales, las lealtades y traiciones,  los derechos, el cinismo y el poder, están atravesando toda la obra. Lo que pasa afuera en la trama social, dialoga con lo que pueden, se proponen, renuncian, se repiten y sufren los personajes. 

Para mí fue realmente envolvente la experiencia.  Desde el punto de vista dramático es excelente el manejo del ritmo. Luego está el efecto visual y sonoro, que incluye el sonido del reloj de Praga,  y por supuesto las actuaciones.  Uno va viviendo la experiencia dramatúrgica como si fuera sensorio emocional.  Por momentos me hacía sentir como en una película de Almodóvar.  

 Hay varios actores que tienen notas que sobresalen. La chica que canta en francés es bella. Toca el corazón, moviliza.  

En cuanto al hilo narrativo, me parece un hallazgo que no haya una bajada de línea moral, sino que uno va viendo los posicionamientos subjetivos de los diferentes personajes, y eso  interpela desde la dramaturgia al espectador, en su identificación con unos y con otros. 

Hay un muy buen manejo de ciclos relativamente cortos en donde pasan cosas que van generando un efecto de sentido, y sin que termine de digerirse o de cansar, gira otro, y a otro, y a otro.  Esos giros sostienen la columna vertebral con un ritmo atractivo, potente, que tiene la suficiente intensidad y a la vez te va dejando con ganas, no te agobia, sino que te va llevando a la otra escena expectante.  Se nota que hay mucho trabajo atoral y de dirección ahí. 

Hay algunos significantes que me parece que son ordenadores. Se menciona a los seres ¨inalterables¨,  y ya no quedan seres inalterables.  Creo que es el centro neurálgico de la narrativa.    La apelación a la nobleza de lo inalterable. Y a la vez… Hay un lado más perturbador de lo inalterable, que es el patrón de repetición.  Esto es lo que le pasa sobre todo al delator, pero también al amante que no pudo, como entonces y que repite su impotencia.  Beatriz es la ética y la dignidad de la memoria, la que enfrenta incluso los fantasmas de traición, y tiene el coraje de ir a buscarlo.  Eso es muy perturbador porque los que nos creemos gente de bien sabemos que convivimos con traidores, y que están incluso en nuestra intimidad. Y eso es movilizador.  

 

 

Prensa version 2019